Casa Hernández nunca tuvo grandes pretensiones. Sirvo menús a 8,50 euros y la crisis me está golpeando duro. Con el negocio se mantienen dos familias, la de Bernardo y la mía propia, yo soy Tomás. Bernardo en la barra y yo sirviendo comidas, nuestras mujeres en la cocina.
Trabajamos de domingo a viernes, solo cerramos los sábados. Servimos comidas a familias, obreros y gente del barrio. Jubilados solos o sin ganas de cocinar, amigos que se toman el aperitivo, padres con hijos o mujeres con mayores a su cuidado, todos son clientes nuestros. También sirvo comidas a domicilio. Casa Hernández nunca tuvo grandes pretensiones.
El local, modesto, apenas da para siete mesas, algunas de ellas grandes, eso sí. El trato al público es realmente difícil y más a la hora de comer pero he logrado hacer de mi trabajo un arte. Aplico una combinación de humor y alegría. Recito como nadie los platos de mi reducida carta. "Las judías verdes de Vélez Málaga, el filete de nuestras propias reses de Ávila, los callos nos caracterizan, los huevos de corral que combinan bien con chorizo o morcilla, díganme ustedes lo que quieren...". A esos otros clientes que están impacientes por ser atendidos les digo: "No están en el abandono, !no lo están¡".
Bernardo desde la barra sirviendo productos altamente caloríficos, caloríficos por lo caliente, cafés, tés, infusiones... y bebidas. Casa Hernández nunca tuvo grandes pretensiones pero cada tarde busco el triunfo aunque subsista con el negocio y nunca me den una estrella Michelín. Gracias a todos mis clientes.