Cuánto debemos agradecer al azar, a la casualidad y también al esforzado trabajo cotidiano. Yo solía trabajar en un laboratorio muy desordenado y en unas precarias condiciones pero nunca me desanimé. Siempre me gustó dar clases pero decidí dedicarme a investigar tras ver cómo morían los soldados en el frente de la Primera Guerra Mundial.
Me dediqué a observar las bacterias durante años pero esa mañana no debía haber ido a trabajar. Me encontraba realmente mal, congestionado, con dolor muscular, fiebre y algo de tos. Tenía una gripe en toda regla y hacía un día frío pero la perspectiva de quedarme en casa aburrido tampoco me era muy apetecible. ¿Saben esa sensación de tener la nariz taponada y goteando continuamente?.
Eso era lo que me ocurría a mi así que no fue difícil que las muestras que estaba investigando se mancharan con mi propia mucosidad. Lo que empecé a ver fue realmente sorprendente. Las bacterias desaparecían ante el contacto con el moco. Después de todo, no iba a estar del todo mal que me hubiera pillado aquel gripazo. Probé también con la saliva y el resultado fue el mismo. Había descubierto las lisozimas, nuestras protecciones naturales frente a la infección.
Años más tarde, cogí unas vacaciones y ya les he dicho que soy muy desordenado y despistado. Antes de las vacaciones me dejé sin tapar un cultivo bacteriano y, a mi vuelta al trabajo, una mancha gris lo cubría, haciendo retirar las bacterias. Se trataba de un hongo, el hongo penicilino, uno de los inventos que revolucionaron el siglo XX y que sentó las bases para la mejora de las condiciones de vida y de la salud.
Para ello, tuve que huir a Estados Unidos, dado que la Segunda Guerra Mundial no me permitía realizar mis investigaciones en mi país, el Reino Unido. Lo que no sabía era cómo transportar, a Estados Unidos, ese hongo sin que muriera y teniendo en cuenta que tenía un largo viaje en barco por delante. Decidí impregnarme todo mi equipaje, todas mis maletas y posesiones con el hongo. No sólo me aseguré que el hongo llegara a Estados Unidos sino que durante el viaje yo no enfermé de nada aunque no pude hacer muchos contactos con el resto del pasaje que me miraba un poco raro.
Todo esto no lo pude hacer sin el trabajo y los recursos de mis colegas Chain y Florey dado que yo no tenía ni los medios ni el dinero suficiente. Soy Alexander Fleming, el científico que mejor supo aprovechar las casualidades. Recibí por ello el Premio Nobel en 1956 junto con Chain y Florey y nunca consentí patentar mi descubrimiento. Las malas lenguas dicen que nunca me pareció correcto aprovecharme de las casualidades o del desorden con el que acostumbraba a trabajar...
Me dediqué a observar las bacterias durante años pero esa mañana no debía haber ido a trabajar. Me encontraba realmente mal, congestionado, con dolor muscular, fiebre y algo de tos. Tenía una gripe en toda regla y hacía un día frío pero la perspectiva de quedarme en casa aburrido tampoco me era muy apetecible. ¿Saben esa sensación de tener la nariz taponada y goteando continuamente?.
Eso era lo que me ocurría a mi así que no fue difícil que las muestras que estaba investigando se mancharan con mi propia mucosidad. Lo que empecé a ver fue realmente sorprendente. Las bacterias desaparecían ante el contacto con el moco. Después de todo, no iba a estar del todo mal que me hubiera pillado aquel gripazo. Probé también con la saliva y el resultado fue el mismo. Había descubierto las lisozimas, nuestras protecciones naturales frente a la infección.
Años más tarde, cogí unas vacaciones y ya les he dicho que soy muy desordenado y despistado. Antes de las vacaciones me dejé sin tapar un cultivo bacteriano y, a mi vuelta al trabajo, una mancha gris lo cubría, haciendo retirar las bacterias. Se trataba de un hongo, el hongo penicilino, uno de los inventos que revolucionaron el siglo XX y que sentó las bases para la mejora de las condiciones de vida y de la salud.
Para ello, tuve que huir a Estados Unidos, dado que la Segunda Guerra Mundial no me permitía realizar mis investigaciones en mi país, el Reino Unido. Lo que no sabía era cómo transportar, a Estados Unidos, ese hongo sin que muriera y teniendo en cuenta que tenía un largo viaje en barco por delante. Decidí impregnarme todo mi equipaje, todas mis maletas y posesiones con el hongo. No sólo me aseguré que el hongo llegara a Estados Unidos sino que durante el viaje yo no enfermé de nada aunque no pude hacer muchos contactos con el resto del pasaje que me miraba un poco raro.
Todo esto no lo pude hacer sin el trabajo y los recursos de mis colegas Chain y Florey dado que yo no tenía ni los medios ni el dinero suficiente. Soy Alexander Fleming, el científico que mejor supo aprovechar las casualidades. Recibí por ello el Premio Nobel en 1956 junto con Chain y Florey y nunca consentí patentar mi descubrimiento. Las malas lenguas dicen que nunca me pareció correcto aprovecharme de las casualidades o del desorden con el que acostumbraba a trabajar...
4 comentarios:
Me ha gustado mucho el post, pero enlaza con algo fundamental: "Connecting the dots" que nos hablaba de Steve Jobs. Había mucho trabajo previo realizado que antes o después se hubiese manifestado. A mí esas "casualidades" me habrían servido de poco. Estoy seguro que a Fleming si no hubiesen aparecido esas casualidades habrían aparecido otras posteriormente. Enhorabuena y abrazo. paco.
Absolutamente de acuerdo, si lo he presentado así ha sido por hacerlo más morboso, para subir la audiencia vamos, como Tele 5 pero ya sabía que iba a haber algún comentario en este sentido. Efectivamente, Fleming tiene todo el mérito del mundo, las casualidades no existen cuando hay trabajo y esfuerzo y era cuestión de tiempo que se descubriera la penicilina.
Gracias Paco por recordarlo con tu espléndido comentario, no has caído en la trampa, un abrazo y nos vemos pronto.
Casualidad, pero que nos pille trabajando ;)
Curioso!! Gracias por el pós"!
María
http://www.contagiatedesalud.com/
Gracias María, por tu comentario y por leerme. Mu bueno tu blog por cierto y, efectivamente, que las casualidades nos pillen trabajando y buscando... saludos¡¡
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