martes, 10 de agosto de 2010

El precio de ser uno mismo, es decir, un genio.

50 son los genios que hay en el mundo. 50 genios y ni uno más. Son los denominados "savants". De ellos, 25 padecen autismo y los otros 25 alguna otra discapacidad psicológica, como por ejemplo el síndorme de Asperger. Es el precio de ser un genio. Ahí tenemos a Mark Savage quien, con solo unos pocos años,  es un consumado genio de la música ... y autista. O Daniel Tammet, con pocas capacidades de comunicación pero capaz de aprender un idioma tan complejo como el islandés en 7 días, o el no menos genial, Stephen Wiltshire,  quien puede pintar una ciudad de manera muy precisa tras haber dado un rápido paseo en helicóptero. 

Esto es lo que cuesta ser un genio, con una habilidad extraordinaria, una memoria maravillosa y una incapacidad de comunicación con el resto del mundo. Personas normales y maravillosas, brillantes y aisladas, el precio de ser uno mismo. Mi amigo Paco Alcaide suele reflejar muchas paradojas, suele decir que la realidad en la que vivimos está plagada de paradojas, pero ésta me parece una de las más sorprendentes, la del síndrome del savant, es decir, teniendo una habilidad extraordinaria sufres de una discapacidad psicológica. 

¿Y tú?. ¿Te piensas distinto?. Tú también pagas un precio por ser único, genial, tú también pagas, como esos otros 50 genios, un precio por ser tú mismo. Si optas por no casarte, el precio a pagar se fija en libertad y soledad. Si decides casarte, ganarás apoyo, amor y obligaciones. Si, por el contrario, eres friolero y te mudas al sur, dejarás de lado la reflexión y la traquilidad de los días en casa viendo llover, y si decides centrarte en el trabajo, encontrarás éxito y pocas oportunidades de cultivar tus aficiones.

Si escogiste jubilarte, ganarás tiempo a cambio de estar un poco fuera del día a día profesional y uan cierta pérdida de capacidad cognitiva. Si quieres vivir al lado del mar, tus galletas igual no se conservarán tan bien como en el interior del país. Todo tiene un precio y vas a pagarlo, seas austista y matemático o fontanero y aficionado a las carreras de coches. No pienses en ello porque te sería imposible entonces tomar una decisión pero, al menos, ten claro el coste de ser tú mismo, la única forma de poder ser. Entonces, podremos decir que hay un genio más, el número 51... 

domingo, 1 de agosto de 2010

Los phoskitos ya no saben como antes.

Esta semana me comentó una compañera de trabajo que los phoskistos ya no le saben como cuando era una niña. Venía el comentario a colación de una noticia que salía en un periódico sobre los helados que nos comíamos con solo 45 pesetas. El frigopie, el frigo dedo, helados kalise en Canarias, el almendrado de Camy, aquel otro con forma de tiburón...

Qué poco nos hacía falta para ser felices y resulta que ahora van y nos cambian la receta del phoskitos y ya no es como antes. Menuda putada. Igual somos nosotros los que hemos cambiado y no el bollo en cuestión. Ahora que resulta que nos podemos comer todos los phoskitos que queramos, que no tenemos que suplicar por uno a la hora de la merienda, ahora que tenemos nuestro dinerito como para que un polo de lima limón no sea un tesoro, va y perdemos el interés o, lo que es peor, la ilusión. Y a eso resulta que lo llaman madurar...

Es por eso que llevo 10 años corriendo la San Silvestre y otras muchas carreras populares de 10 kilómetros o, como máximo, la media maratón. En estos diez años, pocos han sido los días que me apetecía salir a correr. Mucho mejor quedarme en casa pero, como la primera carrera que corrí, la ilusión sigue intacta el día que me tengo que enfrentar a una, la emoción también. En una carrera de este tipo y, sobre todo en la San Silvestre vallecana, se dan escenas de solidaridad, de apoyo, de incertidumbre y de humildad y, siempre, de alegría, mucha alegría. Es por eso que corro, nunca es una rutina, en todo caso, la rutina de estar eufórico cuando uno acaba.

Es como comprar una bicicleta, es algo que siempre da ilusión o como la de miles de amigos que se reunen a jugar en la liga local de fútbol, casi más por tomarse el aperitivo juntos que por competir. El que no se ilusiona es porque no quiere, no porque hayan cambiado los phoskitos. Mañana meriendo un tigretón, iré a correr, por cierto he empezado a moverme en bicicleta por Londres...