lunes, 26 de abril de 2010

El mundo es torrijero.

Hace poco escribía que tener un blog no deja de ser un ejercicio de narcisismo. Escribimos para ser leídos y, a menudo, exponemos nuestra visión de una forma atractiva, como si fuera la única posible, la válida y, entonces, recibes un comentario de algún amable seguidor que te ha leído y te dice que bravo y tu ego se hincha más. Frecuentemente, quien tiene un blog, hace reflexiones sobre la vida, sobre cómo debemos reaccionar, como si supiéramos de lo que hablamos. "Se optimista y no fumes, relativiza y ríete de ti mismo, acepta el error porque eso es el inicio de un éxito, dedícate a lo que te gusta..." y otros mil consejos contradictorios entre sí, generales, como si a todos se nos pudiera recetar la misma solución.

Hoy, por fin, se me ha ocurrido una buena idea sobre la que escribir, una verdad cierta y universal. El mundo es torrijero, no conozco alguien a quien no le gusten las torrijas. La torrija es tendencia. Este mes, la torrija ha sido el término gastronómico más buscado del mes. Por encima de Adriá, el Bulli, las hamburguesas o el champán, la gente en lo que más se ha interesado ha sido en... ¡las torrijas!. Ya lo ven algo tan sencillo como la torrija, por encima de ecochefs y texturas, de espumas y aires de tortilla. 

No digo yo que la nueva cocina que se hace en España no sea algo atractivo, un arte, un nuevo filón para el turismo español pero somos torrijeros. ¿Por qué?. Simplemente porque es una de las cosas "de las de toda la vida", de ese tipo de ideas que son de toda la vida porque funcionan, porque son simples y humildes, nos gustan a todos. 

Ahí tenemos, por ejemplo, a la pizza. Originalmente, un alimento que comían los pobres, hoy se ha extendido por todo el mundo. O las lentejas que si quieres las tomas y si no, aún no he conocido a alguien que las deje. De todo esto saco un par de conclusiones. La primera es que debemos aferrarnos a las cosas de toda la vida, no por conservadurismo o por comodidad sino porque realmente funcionan, son sencillas y no se valoran. La segunda... uy ya empecé a dar consejos, lo siento, disfruten de las torrijas.



domingo, 18 de abril de 2010

De las crisis de valores y otras nubes de humos.

A menudo escucho que estamos viviendo en una crisis de valores. Los jóvenes ya no respetan a sus mayores, hoy todo vale y el dinero es el bien supremo. Hay guerras por todas partes y las familias se separan. Ya no están de moda valores como la solidaridad, el compañerismo o el sacrificio. Los niños ya no juegan en la calle y mil son los peligros que les pueden acechar hoy.

Sálvese quien pueda, estamos en una crisis de valores y yo me digo, ¿qué ocurría hace 30 años?. Nuestros padres, ésos que, en el mayo del 68, se levantaron contra las guerras, probaron las drogas, bailaron el rock and roll y que, para sus padres, eran unos descerebrados que traían consigo una auténtica... crisis de valores. ¿Y nuestros abuelos?. Mejor no preguntarles a ellos, estaban demasiado ocupados en guerras civiles y guerras mundiales. Si acaso acudamos a nuestros bisabuelos, ésos que empezaron a enriquecerse con la Revolución Industrial y unas condiciones de trabajo explotadoras y misérrimas. 

No, no, fue en el siglo XVIII, cuando no hubo crisis de valores, aunque bien pensado nuestros tatarabuelos vivieron el Despotismo Ilustrado, el todo para ellos pero sin contar con ellos para nada, ni siquiera a la hora de repartir la riqueza. Cada vez que veo el Louvre, entiendo por qué les cortaron la cabeza a los Reyes de Francia, vivían en una permanente crisis de valores...

Acaso fueron nuestros tatatatatarabuelos quienes sentaron los valores correctos, tal vez digo, los que sobrevivieron a la Santa Inquisición y a las cazas de brujas, al sistema feudal y a la división social en castas, al sálvese quien pueda de los bárbaros o de los romanos o de los bárbaros romanos fueron los que vivieron sin crisis de valores. "Bueno, bueno, todo eso está muy bien, te has ido a la macrohistoria, donde es indudable que el hombre ha mejorado pero eso no quita que no estemos en una auténtica crisis de valores, eso se nota en las familias, en las microhistorias", se me podría rebatir.

¿Y cuándo no fue así?. "En mi época, en mi época". Vayamos a la microhistoria. Hoy en día, es un hecho que hay menos discriminación por razón de sexo, enfermedad, color o religión que antes. Los padres, en su gran mayoría y cuando menos en la misma proporción que antes, se desviven por sus hijos que, en unos años, denunciarán que nos encontramos en una auténtica crisis de valores, no "como en su época". A los mayores antes no se les "abandonaban" en residencias me dirás, pero es que nates no se vivía hasta los 90 ó 100 años y no precisaban de cuidados especializados como sí se requiere ahora, más que "abandono" yo hablaría de cuidados.

"Antes las familias se separaban menos, el concepto de familia no estaba en crisis". ¿Qué concepto de familia?. El del padre de familia que hacía y deshacía y donde la mujer tenía que aguantar en casa, dependiendo económicamente del marido. Cuántos señores tenían queridas y no pasaba nada, la mujer tenía que aguantar. Ahora si estás con alguien es porque quieres y si te separas es porque no estás bien, antes daba igual, qué queréis que os diga, me parece más honesto y sincero ahora, y más valiente también. "No, pero es que no había malos tratos". No es que antes no se denunciaban tantos, querrás decir. 

Hoy en día, siguen funcionando los hospitales, a diario hay historias que nos conmoverían si las escucháramos, que hablan de la bondad del ser humano, también las hay que nos escandalizan pero no somos tan malos como nos pensamos que somos. Tampoco somos tan buenos. Es cierto que vivimos una crisis de valores, tiempos de lealtades débiles y de consumismo desaforado. Igual es pesimista decirlo pero siempre fue así, o quizás, lo que es más correcto, siempre hubo un lucha entre los valores y sus crisis, entre héroes y villanos, y nosotros en medio. "Estás generalizando", bueno amigo empezaste tú, al decir que vivimos en una crisis de valores...



lunes, 12 de abril de 2010

Obviedades.

Lo obvio es todo aquello que, por ser obvio, nos cuesta entender. Que vamos a morir, que necesitamos de los demás para ser felices, que todo se convierte en rutina salvo que nuestra inagotable capacidad de ilusionarnos nos haga ver las cosas de otra forma, que debemos ser humildes para ir aceptando nuestro declive, que es más ilusionante regalar que recibir un regalo, que nacemos para cuidar a otros mientras esos otros nos cuidan a nosotros, que siempre buscamos amor y ser aceptados y que todos tenemos que pasar por el baño todos los días y ay del que no necesite pasar por el baño.

Todo eso es obvio pero nos cuesta verlo, que nada sirve ahorrar para el futuro, que es preciso relativizar, que las cosas importantes en la vida poco tienen que ver con nuestro trabajo y mucho con las personas que nos rodean, que a qué esperas para lanzarte a declararte a la persona que amas, a usar el perfume más caro que tienes, a disfrutar de una conversación con tu hermano o de una buena comida con un amigo, que ser feliz reside en ser consciente de todas estas obviedades.

Que más que en ser presidente del Banco Atlántico o cirujano de un hospital en Nueva York, el éxito está en hacer cosas que te gustan, que si te gustan los niños, se padre pero si no te gustan no lo seas, que no prometas cosas que no puedas cumplir pero que si las prometiste y no las puedes cumplir no te preocupes, no ha nacido aún un ser humano completamente coherente, que no tienes razón siempre y a todas horas, que te preocupes de tus éxitos y aprendas de tus errores, que usar el sentido del humor y reírse ayuda y cabrearse no ayuda nada a resolver los problemas, son todas cosas demasiado simples para tenerlas presente en tu vida diaria pero la vida es simple, su secreto reside en cosas obvias como éstas que hoy les relato.

Que los poderosos no siempre son los más brillantes ni los intelectuales los más listos, que los analfabetos nos pueden enseñar a los licenciados más de los que nosotros podemos enseñarles a ellos, que la calle o el trabajo enseñan más que la Universidad, que la primavera es seguida por el verano y éste por el otoño y que el presente se nos escapa y el futuro vuela, corre¡¡¡, son todas cosas simples que pasamos por alto.

Que al terminar de hacer deporte, estás feliz, que leer un libro o viajar pueden ser cosas tan apasionantes como para hacerlas todos los días, que un momento puede justificar toda una vida pero toda una vida puede no tener sentido si no te arriesgas, que tomar decisiones es algo consustancial a vivir y que si no tomas decisiones o huyes del conflicto ya estás tomando una decisión o teniendo conflictos, que no a todos puedes contentar y que de nada has de depender para poder ser alegre, son todas cosas probadas, obvias y desaparecidas, olvidadas.

Precisamente por obvias pasan desapercibidas, por ser simples las olvidamos, por ser evidentes no las tenemos presentes. Que vivir una época fuera de tu país o emanciparte rápido de tus padres te espabilan y conseguir las cosas por uno mismo tiene mucho más valor a que te las den hechas, qué obvias son todas estas cosas. Algún año traté de buscar los regalos de los Reyes Magos. Mis padres, tranquilos, me decían: "el mejor escondite, a la vista del enemigo". Ahora he comprendido que lo que me querían decir era que los regalos estaban en Oriente... mira que era obvio y lo que me ha costado entenderlo.

lunes, 5 de abril de 2010

De Holanda y otros mismos tiempos.


Recientemente, he tenido la oportunidad de leer ciertas cosas sobre la física cuántica que viene a decirnos que la realidad no existe, que la configuramos nosotros dentro de nuestra mente. La realidad está compuesta por dos ingredientes fundamentales: el espacio y el tiempo. Hoy vengo a demostrarles que el tiempo no existe. 

Cuando uno tiene 15 años ve su vida como algo inagotable, no piensa en la muerte, cuenta con todos sus amigos de por vida. Todo es muy distinto a cómo esa misma persona considera el tiempo cuando tiene 63 años. En Londres el tiempo pasa más rápido que en Madrid y en verano, que los días son más largos, el tiempo pasa extraordinariamente más veloz que en invierno, cuando la noche se come a los días. 

Cuando uno tiene un sueño, cuenta los días para conseguir sus objetivos mientras que, una vez conseguida la meta, uno no sabe bien qué hacer con sus días, ni siquiera los cuenta. Nada tiene que ver el vino de 6 meses en barrica con el jamón curado de un año pero hace ya tres años que cambié de profesión y mi hijo acaba de empezar la universidad, cómo pasa el tiempo de rápido. Hay jóvenes de 70 años haciendo el camino de Santiago, levantándose a las 5 de la mañana y viejos de 20 años que se les entierra a los 90 años. El tiempo no existe.

Soy el eterno Rembrandt Harmenszoon van Rijn y, entre estos dos autorretratos míos que hoy les muestro, hay 29 años de diferencia y apenas 50 metros de distancia entre uno y otro, colgados ambos en la National Gallery de Londres. En uno me muestro con 34 años, joven, desafiante y poderoso, rico y ambicioso. En el otro, ya viejo, humilde, con un trazo más despreocupado y menos firme, en el año de mi muerte, tras haber superado el fallecimiento de 4 hijos, la ruina económica, la enfermedad y todo lo que Dios me quiso reservar y hoy les digo que el tiempo no existe, que es algo que se puede medir pero nada más que eso. 

Por ello, les digo que cuanto más lo disfruten, en cuantas más cosas se embarquen e intenten, mejor uso darán de algo que no existe, que no pueden apreciar. Háganme caso que yo, al menos, conseguí la eternidad. Cuídense, un abrazo.