A menudo me preguntan por la calle. Es algo normal que todos los días alguien me pare y me pregunte algo. No sé si por las gafas o por la forma en que voy vestido, no sé si por la nariz que tengo o porque la gente se debe pensar que sé lo que ellos precisan saber pero el caso es que a menudo, alguien me detiene y me pregunta por una dirección o por cómo es la mejor forma de llegar a un sitio o dónde pueden encontrar un cajero de un banco determinado o dónde está la parada de taxis más próxima.
Me sorprende la frecuencia con que esto me ocurre, casi a diario. Todo esto, que sea algo frecuente allí donde te has criado, pues no deja de ser algo normal, más aún en una ciudad como Madrid que dominas ya a la perfección. Que te pregunten a diario puede ser algo normal que no deja de pertenecer al mundo de las casualidades.
Sin embargo, al poco de llegar a Londres me volvió a pasar esto. La primera vez que se me acercó alguien con la intención de preguntarme, puse un gesto de entre aterrado y escéptico, sin ocultar que yo no pertenecía a ese ámbito, a ese mundo en el que estaba pero no estaba. Con todo, supe la respuesta a la pregunta, al fin y al cabo no es difícil indicar dónde está la Estación Victoria cuando te encuentras a menos de cien metros de ella.
A partir de entonces me ha vuelto a ocurrir frecuentemente el hecho de que alguien se acerque y, aunque sigo respondiendo de una forma entre aterrada y escéptica, he de reconocer que cada vez contesto de forma menos insegura y poco a poco me doy cuenta que voy formando parte de este otro ámbito donde estoy viviendo, que han pasado los suficientes martes como para que la cajera del supermercado me diga cómo estoy o que hacía tiempo que no me veía, que ya ha habido la estaciones necesarias como para sentirme de este barrio y comprender que uno es de donde pace aparte de donde nace. Ya no es todo nuevo, ya hay una frecuencia de usos y costumbres, de ciertas personas anónimas que forman parte de la vida diaria de uno mismo, de lugares y esquinas plenamente reconocibles y autobuses y rutas que son tan familiares como las que empleaba en Madrid.
Ya no soy un recién llegado y eso se traduce en una cierta sensación de normalidad, de capacidad para contestar a las personas que te paran por la calle preguntando por una dirección y con todo ello me doy cuenta que poco nos hace falta para acostumbrarnos al cambio, para adaptarnos fácilmente a otras formas y saber encontrar una normalidad en ellas, una normalidad que el propio tiempo nos concede, aunque no queramos.
Me sorprende la frecuencia con que esto me ocurre, casi a diario. Todo esto, que sea algo frecuente allí donde te has criado, pues no deja de ser algo normal, más aún en una ciudad como Madrid que dominas ya a la perfección. Que te pregunten a diario puede ser algo normal que no deja de pertenecer al mundo de las casualidades.
Sin embargo, al poco de llegar a Londres me volvió a pasar esto. La primera vez que se me acercó alguien con la intención de preguntarme, puse un gesto de entre aterrado y escéptico, sin ocultar que yo no pertenecía a ese ámbito, a ese mundo en el que estaba pero no estaba. Con todo, supe la respuesta a la pregunta, al fin y al cabo no es difícil indicar dónde está la Estación Victoria cuando te encuentras a menos de cien metros de ella.
A partir de entonces me ha vuelto a ocurrir frecuentemente el hecho de que alguien se acerque y, aunque sigo respondiendo de una forma entre aterrada y escéptica, he de reconocer que cada vez contesto de forma menos insegura y poco a poco me doy cuenta que voy formando parte de este otro ámbito donde estoy viviendo, que han pasado los suficientes martes como para que la cajera del supermercado me diga cómo estoy o que hacía tiempo que no me veía, que ya ha habido la estaciones necesarias como para sentirme de este barrio y comprender que uno es de donde pace aparte de donde nace. Ya no es todo nuevo, ya hay una frecuencia de usos y costumbres, de ciertas personas anónimas que forman parte de la vida diaria de uno mismo, de lugares y esquinas plenamente reconocibles y autobuses y rutas que son tan familiares como las que empleaba en Madrid.
Ya no soy un recién llegado y eso se traduce en una cierta sensación de normalidad, de capacidad para contestar a las personas que te paran por la calle preguntando por una dirección y con todo ello me doy cuenta que poco nos hace falta para acostumbrarnos al cambio, para adaptarnos fácilmente a otras formas y saber encontrar una normalidad en ellas, una normalidad que el propio tiempo nos concede, aunque no queramos.
5 comentarios:
"La normalidad de ser grande", Pedja. Paradojas y contradicciones: A veces lo normal es lo más extraordinario... ¿?... Como dices "personas anónimas cotidianas"... Ahora q te has hecho con los mandos de la ciudad, nuevas contradicciones aparecen en tu vida, ¿verdad? Fuerte abrazo. See you soon either in London or Madrid. Have a nice week, sir.
Gracias Paco por participar, como siempre. Personas anónimas cotidianas, me gusta la expresión y da para un post... me pongo con ello. Y gracias, efectivamente, nuevas paradojas surgen ahora, qué maravilla¡¡ porque significa que estoy vivo, buena semana también para ti, nos vemos en breve, abrazos.
Uno es de donde pace. El uso y la costumbre hacen lo demás. Esto también da para un post "El español que conquisto ´Londres".
Un abrazo
Muchas gracias Fernando por tu participación. Si lo de conquistar Londres va or mi, me parece excesivo. A Londres no hay quien la conquiste, es caótica, imprevisible, dura, grande e inmanejable, nerviosa y única. Londres, qué maravilla, un abrazo.
Precisamente por eso Pedja. Como decia Julio Camba, Londres es inconquistable.
Un abrazo
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